LA INCREÍBLE HISTORIA DEL CAPITÁN Mc CUTCHEON
1. Se abre el telón
- ¡Cagonlaleche ...!
Entre los exegetas de la vida del capitán McCutcheon hay unanimidad en afirmar que este logion
fue pronunciado por el susodicho el día 25 de Abril de 1977 entre las
10 y las 11 de la noche. No hay acuerdo, en cambio, en las frases que
siguieron a tamaña expresión. Algunos han propuesto que el capitán
adornó con varios juramentos determinadas referencias al mal tiempo que,
según parece, soportaba. Hablando en petit comité uno de estos exegetas aventuró en una ocasión que estas frases podían haber sido las dos siguientes: "¡Puta lluvia ... calado hasta los güevos!" y "¡Jodido chino!",
pero éstas no son frases canónicas. En cuanto al lugar en donde tan
inspiradamente se manifestó el capitán McCutcheon, la prudencia más
elemental aconseja no ser demasiado preciso, como a buen seguro
entenderá quien tenga la paciencia de leer esta historia hasta su final.
2. Se presenta el protagonista de esta historia
El nombre de nuestro protagonista es James T. McCutcheon, hombre de edad difícil de precisar a simple vista pero que debía de estar por la época en que se desarrolla esta historia alrededor de los 55 años. Se ganaba la vida como capitán de buque mercante y desarrollaba su profesión en una amplia zona marítima que iba desde la India hasta Nueva Zelanda. Cargaba mercancías de muy variada naturaleza y estaba generalmente bien considerado dentro de su profesión. Era propietario de su propio barco, un navío con buenas dotes marineras, y llevaba una vida desahogada aunque no era rico. Podría afirmarse que el capitán McCutcheon era un hombre honrado, si bien algunas veces había transportado mercancías de contrabando, como, por otra parte, hacían todos sus compañeros de profesión. Pero hay que recalcar que el buen capitán siempre se había negado a transportar de manera fraudulenta droga o armamento, lo que de haberlo hecho le hubiera podido reportar buenos beneficios económicos. Al respecto, él solía decir en un alarde de cartesianismo que "una cosa es una cosa, y otra cosa es la otra".
El contramaestre del Forward, que así se llamaba el barco que mandaba el capitán McCutcheon, tenía unos pocos años más que el capitán y había estado junto a nuestro protagonista prácticamente desde que éste se había iniciado en la navegación. Se llamaba Harry y nadie parecía conocer su apellido. Ambos eran amigos íntimos y se apreciaban sinceramente, aunque en el trabajo siempre observaban el estricto protocolo determinado por el rango que cada uno de ellos ostentaba. Cuando navegaban y caía la noche, podía vérseles juntos sentados en la toldilla fumando sus pipas y mirando indolentemente la mar. Allí hablaban de lo divino y de lo humano, y siempre ... siempre el capitán se las arreglaba para introducir su tema favorito: el elogio de su abuelo el ajedrecista. El contramaestre conocía al dedillo la vida del pariente de su capitán, pero por cariño hacia éste se hacía el ignorante y se mostraba invariablemente interesado en que su amigo refiriera por enésima vez los prodigios ajedrecísticos de su abuelo.
- Tú sabes, Harry, lo de mi abuelo ¿verdad? - introducía el capitán en un
momento dado.
- Algo me ha contado usted en otras ocasiones, pero me encantaría
volverlo a escuchar -respondía siempre el buen contramaestre.
Entonces, el capitán McCutcheon se estiraba en su silla y tras pegar a su pipa una calada monumental refería con voz nostálgica la siguiente historia.
- Mi abuelo fue un gran campeón de ajedrez, y fíjate si sabía jugar bien
que incluso se inventó un movimiento nuevo.
En este punto el contramaestre enarcaba las cejas y musitaba algo así como:
- ¡Qué tío! ¿y cual era ese movimiento?
Como el capitán flaqueaba bastante en el mundo de las 64 casillas, respondía con evasivas y terminaba afirmando ex catedra:
- Era un movimiento tan bueno y tan inesperado que acojonaba al
adversario de tal modo que mi abuelo ganaba siempre. Fue tal la fama
de este movimiento inventado por mi abuelo, que en el mundo del
ajedrez se habla de él como "la variante de McCutcheon".
Y ahí quedaba todo. Ni el capitán podía dar más detalles acerca de la acojonante movida de su pariente, ni el contramaestre insistía al respecto para no poner a su amigo en un aprieto.
El día 19 de abril de 1977 reinaba un ambiente sombrío a bordo del Forward. Para decirlo de manera clara: se mascaba la tragedia. Ningún miembro de la tripulación, ni siquiera el contramaestre, se hubiera atrevido, a no ser en caso de extrema necesidad, a llamar a la puerta de la habitación donde el capitán llevaba encerrado desde hacía varias horas. Si alguien, de alguna manera milagrosa, se hubiera materializado de repente en el interior del citado aposento se hubiera encontrado con la siguiente escena: Sentado ante una mesa y agarrado con su mano izquierda a un canto de la misma, estaba el capitán McCutcheon mirando de manera siniestra a una botella de ron medio llena que sujetaba con la mano derecha.
¿Qué había ocurrido para que el bueno de McCutcheon se encontrara con una tajada considerable y encerrado sin querer hablar con nadie? Todo había empezado hacia las 5.30 horas de aquel día. El capitán se había despertado bruscamente en su camarote e inmediatamente, y gracias a su dilatada experiencia como marino, se dió cuenta cabal de que algo serio había ocurrido en su barco. No necesitó mirar en derredor ni hacer ninguna prueba. Con los ojos semiabiertos, en la oscuridad del camarote, James T. McCutcheon notó sin duda alguna que el barco se había escorado repentinamente del lado de estribor.
Como movido por un resorte el capitán se puso en pié y subió corriendo a la cubierta, en la que ya se encontraba el contramaestre y los marineros de guardia.
- Se ha desplazado la carga - informó lacónicamente el contramaestre
Un examen rápido en la bodega reveló que no era posible recolocar el cargamento sin tocar puerto. McCutcheon se hizo cargo con rapidez de la situación y tras dar unas pocas órdenes se encerró en su camarote. Cinco horas llevaba allí dentro rumiando su desgracia. Aunque el barco no corría peligro alguno, a pesar de que la escora superaba los 7 º, el capitán sabía que entrar de semejante guisa en cualquier puerto significaría un marrón indeleble en su hasta ahora inmaculada carrera. Ya se estaba imaginando las chanzas y cuchufletas de los otros capitanes y ya se estaba poniendo enfermo.
Pero no habían acabado los sobresaltos a bordo del Forward. Poco antes del mediodía, unos golpes sonaron en la puerta de los aposentos del capitán. Un gruñido a modo de respuesta animó al contramaestre, que era quien había llamado, a abrir la puerta.
- ¿Da su permiso, señor McCutcheon? - dijo con suavidad -
El capitán torció el gesto al oir a su subordinado. Sus hombres se dirigían a él casi invariablemente llamándole "capitán". Cuando, raramente, se dirigían a él como "comandante" eso solía ser señal de que algo grave había ocurrido. Cuando se le había otorgado el título de "señor McCutcheon", lo que había acontecido unas pocas veces en su trayectoria como marino , el asunto había sido serio de veras.
- ¿Qué ocurre, Harry? - respondió McCutcheon procurando dar a sus
palabras un tono de serenidad.
- Tenemos un chino a bordo - dijo el contramaestre con el tono de voz
más neutro que pudo conseguir.
Al oir esto el capitán McCutcheon dió un respingo, se puso en pié y se mesó hacia atrás el cabello, lo que era señal de que estaba a punto de cometer una barbaridad. Pero consiguió rehacerse y cuando respondió, su voz apenas pasaba de un bramido.
- A ver ... ¿cómo que tenemos a un chino a bordo? ¿se trata de un polizón, ¿tengo acaso un polizón en MI barco?
- Estaba en la bodega, lo ha encontrado uno de los marineros. Está aquí.
Cuando escuchó estas palabras, McCutcheon perdió el control y se precipitó hacia la puerta gritando:
- ¡Ha sido él!, ¡cabronazo! ¡lo mato!
A duras penas el contramaestre y dos marineros consiguieron inmovilizar al capitán justo cuando éste iba a abalanzarse sobre un hombrecillo de rasgos orientales que estaba maniatado junto a los miembros de la tripulación. Poco a poco el capitán McCutcheon fue calmándose, pero sus ojos todavía llameaban de la manera más siniestra cuando se dirigió al hombrecillo oriental con más suavidad de la que podía esperarse teniendo en cuenta la situación. Le preguntó por su nombre y procedencia y por el motivo por el que se había subido al barco. Temblando como un azogado, lo que era comprensible si se tiene en cuenta la expresión de la cara del capitán, aquel desgraciado contó una breve historia cuyos puntos más relevantes eran los siguientes: Se llamaba Xao-Lin y se había escapado de sus amos porque éstos eran muy crueles con él. Poco menos que le mataban a palos y le hacían pasar mucha hambre. Para terminar, el chino (que no era tal pero en adelante así se le llamará como hicieron todos los miembros de la tripulación del Forward) dijo que había escogido el barco del capitán porque estaba convencido que no podía ser mala persona.
Al escuchar estas palabras, McCutcheon, que todavía hervía de indignación, aproximó su rostro al del chino y respondió con un semblante lobuno que aterrorizaba verlo:
- ¡Ah! ¿sí? ... ¿y qué me podría impedir echarte ahora mismo a los
tiburones que andan por ahí esperando su comida? ¿qué te hace
pensar, miserable chino, que soy buena persona?
El chino, a quien no pasaba un palillo por la garganta, consiguió, al cabo de varios intentos, responder lo siguiente:
- Es que ... yo sé que usted, capitán, es descendiente de un famoso
ajedrecista ... seguro que usted es un hombre culto ... y un hombre
culto no puede ser tan malo como para matar a un pobre chino ...
- ¡Calla, miserable ...!
Pero, a pesar de su expresión, era evidente que el capitán McCutcheon se había desinflado como un globo. Casi que miraba con cariño al chino. Con un ademán despachó a los dos marineros y, con otro bien expresivo mandó al contramaestre que condujera al chino a sus aposentos. Allí, en presencia de su segundo al mando, retomó el interrogatorio.
- ¿Acaso sabes tú ajedrez? -le dijo el capitán-
- Me gusta mucho, y siempre que puedo estudio las partidas de los
grandes maestros -respondió el chino- Una vez, encontré una
partida del pariente de usted y allí se elogiaba mucho la variante
inventada por él.
A estas alturas, el capitán estaba a punto de reventar. Se levantó nerviosamente, se acercó a una alacena y extrajo de un cajón un tablero de ajedrez y una caja que contenía las fichas. Puso ambas cosas sobre la mesa y dijo:
- A ver, demuéstrame que sabes mover las fichas. No me fio.
El pequeño oriental colocó con rapidez los peones, torres y demás en sus lugares de salida y luego, con rapidez, efectuó unos pocos movimientos desde ambos lados. En un momento dado, y con gran solemnidad, tomó en su mano el alfil negro de casillas negras y, describiendo en el aire un amplio y lento movimiento, lo depositó con sumo cuidado en la casilla B4 del tablero. Hecho esto se quedó mirando con aire satisfecho al capitán McCutcheon.
Éste miró de hito en hito al chino y, luego, al contramaestre y de nuevo al chino, que estaba exultante. Entonces, se hizo la luz en su mente.
- ¡¡La variante de mi abuelo!! ¡¡la variante de McCutcheon!! -exclamó- Fíjate, Harry, ¿no es acojonante? ¿no te parece que si te hacen este movimiento te cagas de miedo?
El contramaestre, aunque no veía por ninguna parte el acojono del movimiento, respondió educadamente que sí, y que en su vida había visto movida tan profunda y peligrosa. A partir de aquí cambió todo: el capitán empezó a tratar al chino como si de un viajo amigo se tratara, y éste cuando vió que ya no había peligro de caminar por la palanca se dirigió al capitán con estas palabras:
-Le estoy muy agradecido por la hospitalidad que me brinda, a cambio le voy a revelar un secreto que le va a convertir en un hombre rico.
Al escuchar estas palabras, el capitán McCutcheon entornó los ojos y miró de reojo a su amigo Harry, que ponía cara de sospecha. Como si hubiera leído el pensamiento de los dos marinos, Xao Lin sacó un papel de uno de sus bolsillos y se lo entregó al capitán, diendo:
- Comprendo que no se me crea, pero aquí está la prueba. En estas
coordenadas hay una isla. Allí se encuentra el secreto.
Con rapidez, el capitán desplegó una gran carta de navegación sobre la mesa después de haber apartado de un manotazo la acojonante variante ajedrecística de su ilustre predecesor, y con avidez trazó dos líneas que se cortaron en un punto. Cuando el capitán levantó la vista de la carta y miró al chino, sus ojos echaban llamaradas.
- Aquí no hay más que agua, sinvergüenza -dijo en tono amenazante-
Pero el chino no se inmutó. Al contrario, sostuvo imperturbable la mirada del capitán y respondió con toda calma lo siguiente:
- Con el respeto debido, capitán, esa isla nadie la conoce salvo yo.
Compruébelo, capitán, estamos cerca.
No se sabe si fue por el deseo inconsciente de escapar a la vergüenza de entrar escorado a puerto o por simple afán aventurero aderezado de codicia por la promesa del chino, pero el caso es que el Forward cambió de rumbo y se dirigió hacia la isla misteriosa.
A partir de este momento se pierde completamente la pista, tanto al capitán McCutcheon como a su tripulación y su barco, por espacio de dos años hasta que en mayo de 1979 se produjo el hecho más sorprendente que ha quedado registrado en la historia del ser humano.
La secuencia de acontecimientos que cambiaron al mundo comenzó un 16 de mayo ... y a mediados de junio el mundo civilizado estaba a punto de la revuelta popular. Pero vayamos por orden.
El primer toque de atención surgió en Alemania, cuando cerca de 300 personas se manifestaron ruidosamente ante el ayuntamiento de Stuttgart portando muslos de pollo en sus manos. Pronto, tan original protesta fue imitada en otras grandes capitales del mundo, y raro era el día que los noticiarios no se hacían eco de las manifestaciones en favor del polloides, como pronto se las denominó. En todas estas manifestaciones, muchas de ellas violentas, siempre los manifestantes agitaban amenazadoramente en sus manos grandes muslos de pollo. En poco tiempo, la cosa fue adquiriendo un cariz preocupante: las carnicerías se vieron obligadas a cerrar porque eran continuamente asaltadas por gente enloquecida que no hacía sino gritar: ¡polloides!, ¡quremos polloides! A duras penas los hipermercados y las grandes superficies pudieron seguir abiertos, pero a costa de nutrida vigilancia policial. Hacia finales de junio de ese año la situación mundial era ya insostenible: las revueltas eran continuas, y los manifestantes ya no se limitaban como al principio a enarbolar muslos de pollo, sino que portaban pollos completos que arrojaban con violencia a los policías que acudían a controlar a la masa.
¿Qué había ocurrido? ¿A qué se debían las violentas manifestaciones reclamando polloides? Resulta que un buen día, en determinadas carnicerías de todo el mundo, apareció un manjar rotulado escuetamente como "carne de polloides" Quienes tuvieron la fortuna de probarla ya no tuvieron paz. Aquella era la más sabrosa, tierna, aromática y jugosa de todas las carnes. Nadie había probado cosa semejante. Pero tal como apareció, desapareció poco después (probablemente por el consumo desmedido que se hizo de ella), y las personas de todo el mundo se echaron a la calle reclamando más polloides.
Como la humanidad se encontraba prácticamente en guerra, se hizo necesaria la intervención del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que se reunió en sesión plenaria el primer día del mes de julio. Su presidente, el ilustre Rabindranath Azmasparasvilli abrió la sesión con estas palabras:
del polloides. Presento a ustedes al Dr. Marcel Poulet ... - si alguien
vuelve a reirse le invitaré a que abandone la sala ... perdone, Dr, tiene
usted la palabra.
Un hombre que no tendría ni cuarenta años se levantó y se aproximó al atril de oradores. Después de mirar a los asistentes comenzó con estas palabras:
- Señoras y señores consejeros, creo interpretar acertadamente la
situación si paso directamente al asunto prescindiendo de las
formalidades. -murmullos de aprobación- Mi equipo ha estudiado de
forma exhaustiva las muestras de polloides y estas son las conclusiones
que presento a la consideración de ustedes.
Dejando aparte el detalle de que esta carne ha aparecido de manera
repentina en el mercado sin que haya sido sometida a los controles
sanitarios y fiscales de rigor, podemos afirmar lo siguiente en relación
con la carne de polloides.
El doctor Poulet se aclaró la garganta y prosiguió en estos términos:
Ante todo, hay que afirmar sin restricciones de ninguna clase que el
polloides no solo es el manjar más delicioso de que se tiene constancia
en toda la historia humana, sino que no presenta ninguna característica,
ni química ni biológica, que suponga peligro para la salud de las
personas -suspiros de alivio- es más, sus propiedades alimenticias son
del todo excelentes: su bajo contenido en grasa y su muy equilibrada
composición proteínica le hacen muy adecuado para el consumo humano
a todos los niveles.
¿Por qué fue llamado "polloides" ? Evidentemente alguien versado en la
lengua latina escogió esta denominación para poner de manifiesto la
semejanza de esta carne con la del pollo de granja. En efecto, así es, y esta semejanza trasciende la forma o el sabor, como enseguida
explicaré a ustedes. Al mercado han llegado dos clases de piezas
de polloides: muslos y pechugas. Por de pronto, puedo afirmar con
absoluta rotundidad qué NO ES el polloides.
El doctor Poulet, un bioquímico de fama mundial, nunca se había visto ante auditorio más entregado que aquél, así que se recreó en su actuación.
- Una alternativa fascinante, por cierto, y no es sencillo escoger.
Aunque algunos de ustedes a lo mejor no lo creen, los reptiles y las aves
son grupos emparentados. Yo, señoras y señores consejeros, en
nombre del equipo multidisciplinar que me honro en coordinar,
manifiesto mi estupefacción ante el polloides. El resultado de los
análisis practicados a la carne de polloides arrojan un resultado
imposible de aceptar.
Con un gesto bien explícito el presidente acalló los murmullos de la sala y dijo:
- Agradezco al doctor Poulet sus explicaciones. A cada uno de ustedes
se enviará el informe completo redactado por el equipo coordinado
por el doctor. Ahora, abro el turno de palabra para que se soliciten
del doctor Poulet las aclaraciones que ustedes puedan considerar
pertinentes.
No hubo necesidad de prolongar la sesión, ya que con la respuesta a la primera pregunta se despejó la incógnita principal.
- Doctor, ¿qué clase de animal es ése que usted no puede ni siquiera
considerar calificándolo como imposible?
Cualquiera hubiera podido formular la pregunta, pues esta incertidumbre estaba matando al mundo entero. El honor correspondió al ilustre Sir Henry Ricroft, lord británico que desde que había probado la carne de polloides sin haber podido repetir por falta de existencias, sufría un síndrome de abstinencia más severo que el que padeció años atrás cuando se dejó, simultáneamente, de fumar, de beber y de aspirar pegamento. Cuando el bioquímico se dispuso a contestar, se produjo un silencio como pocas veces se ha experimentado.
El parlamento del doctor Poulet fue breve, pero causó un impacto inenarrable.
- Señor, a despecho de las evidencias científicas he hablado de
imposibilidad porque, si nos atuviéramos exclusivamente a los
exámenes practicados sobre la carne de polloides, deberíamos afirmar
sin duda alguna que el polloides es un dinosaurio.
3. Comienza la historia
El día 19 de abril de 1977 reinaba un ambiente sombrío a bordo del Forward. Para decirlo de manera clara: se mascaba la tragedia. Ningún miembro de la tripulación, ni siquiera el contramaestre, se hubiera atrevido, a no ser en caso de extrema necesidad, a llamar a la puerta de la habitación donde el capitán llevaba encerrado desde hacía varias horas. Si alguien, de alguna manera milagrosa, se hubiera materializado de repente en el interior del citado aposento se hubiera encontrado con la siguiente escena: Sentado ante una mesa y agarrado con su mano izquierda a un canto de la misma, estaba el capitán McCutcheon mirando de manera siniestra a una botella de ron medio llena que sujetaba con la mano derecha.
¿Qué había ocurrido para que el bueno de McCutcheon se encontrara con una tajada considerable y encerrado sin querer hablar con nadie? Todo había empezado hacia las 5.30 horas de aquel día. El capitán se había despertado bruscamente en su camarote e inmediatamente, y gracias a su dilatada experiencia como marino, se dió cuenta cabal de que algo serio había ocurrido en su barco. No necesitó mirar en derredor ni hacer ninguna prueba. Con los ojos semiabiertos, en la oscuridad del camarote, James T. McCutcheon notó sin duda alguna que el barco se había escorado repentinamente del lado de estribor.
Como movido por un resorte el capitán se puso en pié y subió corriendo a la cubierta, en la que ya se encontraba el contramaestre y los marineros de guardia.
- Se ha desplazado la carga - informó lacónicamente el contramaestre
Un examen rápido en la bodega reveló que no era posible recolocar el cargamento sin tocar puerto. McCutcheon se hizo cargo con rapidez de la situación y tras dar unas pocas órdenes se encerró en su camarote. Cinco horas llevaba allí dentro rumiando su desgracia. Aunque el barco no corría peligro alguno, a pesar de que la escora superaba los 7 º, el capitán sabía que entrar de semejante guisa en cualquier puerto significaría un marrón indeleble en su hasta ahora inmaculada carrera. Ya se estaba imaginando las chanzas y cuchufletas de los otros capitanes y ya se estaba poniendo enfermo.
Pero no habían acabado los sobresaltos a bordo del Forward. Poco antes del mediodía, unos golpes sonaron en la puerta de los aposentos del capitán. Un gruñido a modo de respuesta animó al contramaestre, que era quien había llamado, a abrir la puerta.
- ¿Da su permiso, señor McCutcheon? - dijo con suavidad -
El capitán torció el gesto al oir a su subordinado. Sus hombres se dirigían a él casi invariablemente llamándole "capitán". Cuando, raramente, se dirigían a él como "comandante" eso solía ser señal de que algo grave había ocurrido. Cuando se le había otorgado el título de "señor McCutcheon", lo que había acontecido unas pocas veces en su trayectoria como marino , el asunto había sido serio de veras.
- ¿Qué ocurre, Harry? - respondió McCutcheon procurando dar a sus
palabras un tono de serenidad.
- Tenemos un chino a bordo - dijo el contramaestre con el tono de voz
más neutro que pudo conseguir.
Al oir esto el capitán McCutcheon dió un respingo, se puso en pié y se mesó hacia atrás el cabello, lo que era señal de que estaba a punto de cometer una barbaridad. Pero consiguió rehacerse y cuando respondió, su voz apenas pasaba de un bramido.
- A ver ... ¿cómo que tenemos a un chino a bordo? ¿se trata de un polizón, ¿tengo acaso un polizón en MI barco?
- Estaba en la bodega, lo ha encontrado uno de los marineros. Está aquí.
Cuando escuchó estas palabras, McCutcheon perdió el control y se precipitó hacia la puerta gritando:
- ¡Ha sido él!, ¡cabronazo! ¡lo mato!
A duras penas el contramaestre y dos marineros consiguieron inmovilizar al capitán justo cuando éste iba a abalanzarse sobre un hombrecillo de rasgos orientales que estaba maniatado junto a los miembros de la tripulación. Poco a poco el capitán McCutcheon fue calmándose, pero sus ojos todavía llameaban de la manera más siniestra cuando se dirigió al hombrecillo oriental con más suavidad de la que podía esperarse teniendo en cuenta la situación. Le preguntó por su nombre y procedencia y por el motivo por el que se había subido al barco. Temblando como un azogado, lo que era comprensible si se tiene en cuenta la expresión de la cara del capitán, aquel desgraciado contó una breve historia cuyos puntos más relevantes eran los siguientes: Se llamaba Xao-Lin y se había escapado de sus amos porque éstos eran muy crueles con él. Poco menos que le mataban a palos y le hacían pasar mucha hambre. Para terminar, el chino (que no era tal pero en adelante así se le llamará como hicieron todos los miembros de la tripulación del Forward) dijo que había escogido el barco del capitán porque estaba convencido que no podía ser mala persona.
Al escuchar estas palabras, McCutcheon, que todavía hervía de indignación, aproximó su rostro al del chino y respondió con un semblante lobuno que aterrorizaba verlo:
- ¡Ah! ¿sí? ... ¿y qué me podría impedir echarte ahora mismo a los
tiburones que andan por ahí esperando su comida? ¿qué te hace
pensar, miserable chino, que soy buena persona?
El chino, a quien no pasaba un palillo por la garganta, consiguió, al cabo de varios intentos, responder lo siguiente:
- Es que ... yo sé que usted, capitán, es descendiente de un famoso
ajedrecista ... seguro que usted es un hombre culto ... y un hombre
culto no puede ser tan malo como para matar a un pobre chino ...
- ¡Calla, miserable ...!
Pero, a pesar de su expresión, era evidente que el capitán McCutcheon se había desinflado como un globo. Casi que miraba con cariño al chino. Con un ademán despachó a los dos marineros y, con otro bien expresivo mandó al contramaestre que condujera al chino a sus aposentos. Allí, en presencia de su segundo al mando, retomó el interrogatorio.
- ¿Acaso sabes tú ajedrez? -le dijo el capitán-
- Me gusta mucho, y siempre que puedo estudio las partidas de los
grandes maestros -respondió el chino- Una vez, encontré una
partida del pariente de usted y allí se elogiaba mucho la variante
inventada por él.
A estas alturas, el capitán estaba a punto de reventar. Se levantó nerviosamente, se acercó a una alacena y extrajo de un cajón un tablero de ajedrez y una caja que contenía las fichas. Puso ambas cosas sobre la mesa y dijo:
- A ver, demuéstrame que sabes mover las fichas. No me fio.
El pequeño oriental colocó con rapidez los peones, torres y demás en sus lugares de salida y luego, con rapidez, efectuó unos pocos movimientos desde ambos lados. En un momento dado, y con gran solemnidad, tomó en su mano el alfil negro de casillas negras y, describiendo en el aire un amplio y lento movimiento, lo depositó con sumo cuidado en la casilla B4 del tablero. Hecho esto se quedó mirando con aire satisfecho al capitán McCutcheon.
Éste miró de hito en hito al chino y, luego, al contramaestre y de nuevo al chino, que estaba exultante. Entonces, se hizo la luz en su mente.
- ¡¡La variante de mi abuelo!! ¡¡la variante de McCutcheon!! -exclamó- Fíjate, Harry, ¿no es acojonante? ¿no te parece que si te hacen este movimiento te cagas de miedo?
El contramaestre, aunque no veía por ninguna parte el acojono del movimiento, respondió educadamente que sí, y que en su vida había visto movida tan profunda y peligrosa. A partir de aquí cambió todo: el capitán empezó a tratar al chino como si de un viajo amigo se tratara, y éste cuando vió que ya no había peligro de caminar por la palanca se dirigió al capitán con estas palabras:
-Le estoy muy agradecido por la hospitalidad que me brinda, a cambio le voy a revelar un secreto que le va a convertir en un hombre rico.
Al escuchar estas palabras, el capitán McCutcheon entornó los ojos y miró de reojo a su amigo Harry, que ponía cara de sospecha. Como si hubiera leído el pensamiento de los dos marinos, Xao Lin sacó un papel de uno de sus bolsillos y se lo entregó al capitán, diendo:
- Comprendo que no se me crea, pero aquí está la prueba. En estas
coordenadas hay una isla. Allí se encuentra el secreto.
Con rapidez, el capitán desplegó una gran carta de navegación sobre la mesa después de haber apartado de un manotazo la acojonante variante ajedrecística de su ilustre predecesor, y con avidez trazó dos líneas que se cortaron en un punto. Cuando el capitán levantó la vista de la carta y miró al chino, sus ojos echaban llamaradas.
- Aquí no hay más que agua, sinvergüenza -dijo en tono amenazante-
Pero el chino no se inmutó. Al contrario, sostuvo imperturbable la mirada del capitán y respondió con toda calma lo siguiente:
- Con el respeto debido, capitán, esa isla nadie la conoce salvo yo.
Compruébelo, capitán, estamos cerca.
No se sabe si fue por el deseo inconsciente de escapar a la vergüenza de entrar escorado a puerto o por simple afán aventurero aderezado de codicia por la promesa del chino, pero el caso es que el Forward cambió de rumbo y se dirigió hacia la isla misteriosa.
A partir de este momento se pierde completamente la pista, tanto al capitán McCutcheon como a su tripulación y su barco, por espacio de dos años hasta que en mayo de 1979 se produjo el hecho más sorprendente que ha quedado registrado en la historia del ser humano.
4. La aparición del polloides
La secuencia de acontecimientos que cambiaron al mundo comenzó un 16 de mayo ... y a mediados de junio el mundo civilizado estaba a punto de la revuelta popular. Pero vayamos por orden.
El primer toque de atención surgió en Alemania, cuando cerca de 300 personas se manifestaron ruidosamente ante el ayuntamiento de Stuttgart portando muslos de pollo en sus manos. Pronto, tan original protesta fue imitada en otras grandes capitales del mundo, y raro era el día que los noticiarios no se hacían eco de las manifestaciones en favor del polloides, como pronto se las denominó. En todas estas manifestaciones, muchas de ellas violentas, siempre los manifestantes agitaban amenazadoramente en sus manos grandes muslos de pollo. En poco tiempo, la cosa fue adquiriendo un cariz preocupante: las carnicerías se vieron obligadas a cerrar porque eran continuamente asaltadas por gente enloquecida que no hacía sino gritar: ¡polloides!, ¡quremos polloides! A duras penas los hipermercados y las grandes superficies pudieron seguir abiertos, pero a costa de nutrida vigilancia policial. Hacia finales de junio de ese año la situación mundial era ya insostenible: las revueltas eran continuas, y los manifestantes ya no se limitaban como al principio a enarbolar muslos de pollo, sino que portaban pollos completos que arrojaban con violencia a los policías que acudían a controlar a la masa.
¿Qué había ocurrido? ¿A qué se debían las violentas manifestaciones reclamando polloides? Resulta que un buen día, en determinadas carnicerías de todo el mundo, apareció un manjar rotulado escuetamente como "carne de polloides" Quienes tuvieron la fortuna de probarla ya no tuvieron paz. Aquella era la más sabrosa, tierna, aromática y jugosa de todas las carnes. Nadie había probado cosa semejante. Pero tal como apareció, desapareció poco después (probablemente por el consumo desmedido que se hizo de ella), y las personas de todo el mundo se echaron a la calle reclamando más polloides.
Como la humanidad se encontraba prácticamente en guerra, se hizo necesaria la intervención del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que se reunió en sesión plenaria el primer día del mes de julio. Su presidente, el ilustre Rabindranath Azmasparasvilli abrió la sesión con estas palabras:
- Señoras y Señores consejeros, a nadie se le oculta la gravedad de la
situación
mundial, que exige una respuesta adecuada y rápida por
nuestra parte.
Es necesario que el mundo vuelva al punto donde se
encontraba antes de
la aparición del polloides. Con el fin de concretar el
problema, voy a
presentar ante ustedes las conclusiones a las que han
llegado los
expertos que han sido consultados acerca de la naturaleza
del polloides. Presento a ustedes al Dr. Marcel Poulet ... - si alguien
vuelve a reirse le invitaré a que abandone la sala ... perdone, Dr, tiene
usted la palabra.
Un hombre que no tendría ni cuarenta años se levantó y se aproximó al atril de oradores. Después de mirar a los asistentes comenzó con estas palabras:
- Señoras y señores consejeros, creo interpretar acertadamente la
situación si paso directamente al asunto prescindiendo de las
formalidades. -murmullos de aprobación- Mi equipo ha estudiado de
forma exhaustiva las muestras de polloides y estas son las conclusiones
que presento a la consideración de ustedes.
Dejando aparte el detalle de que esta carne ha aparecido de manera
repentina en el mercado sin que haya sido sometida a los controles
sanitarios y fiscales de rigor, podemos afirmar lo siguiente en relación
con la carne de polloides.
El doctor Poulet se aclaró la garganta y prosiguió en estos términos:
Ante todo, hay que afirmar sin restricciones de ninguna clase que el
polloides no solo es el manjar más delicioso de que se tiene constancia
en toda la historia humana, sino que no presenta ninguna característica,
ni química ni biológica, que suponga peligro para la salud de las
personas -suspiros de alivio- es más, sus propiedades alimenticias son
del todo excelentes: su bajo contenido en grasa y su muy equilibrada
composición proteínica le hacen muy adecuado para el consumo humano
a todos los niveles.
Pero, claro es, aquí no comparezco para elogiar este alimento -que
eso ya
se ha hecho en repetidas ocasiones en todo el mundo- sino para
intentar
esclarecer qué clase de animal es el que suministra esa carne.
La
primera pista la obtuvimos de la denominación que aparecía en la
etiqueta del producto. Como es sabido, los envases conteniendo esta
carne aparecieron de manera repentina y simultánea en varios lugares
del
mundo, y en todos estos envases figuraba la denominación de
"Carne de
Polloides", así, sin más. Ni procedencia, ni registro sanitario,
ni nada
de lo que es habitual. Sorprende que este producto haya
conseguido
invadir el mundo sin que se hayan enterado de ello las
autoridaders
competentes, pero dejemos esto a quienes competa.
¿Por qué fue llamado "polloides" ? Evidentemente alguien versado en la
lengua latina escogió esta denominación para poner de manifiesto la
semejanza de esta carne con la del pollo de granja. En efecto, así es, y esta semejanza trasciende la forma o el sabor, como enseguida
explicaré a ustedes. Al mercado han llegado dos clases de piezas
de polloides: muslos y pechugas. Por de pronto, puedo afirmar con
absoluta rotundidad qué NO ES el polloides.
El polloides no es un mamífero, esto es claro por una serie de
características anatómicas que no hace al caso exponer aquí pero que,
como es natural, se encuentran detalladas y convenientemente
explicadas
en el informe que he elevado al presidente del Consejo.
Tampoco se trata de un
pez, por otra serie de razones igualmente
concluyentes. Entonces, ¿qué
nos queda? ... -el doctor Poulet hizo
aquí una pausa solemne- pues
no quedan sino tres alternativas: que
se trate de un ave, o de un
reptil, o de una clase de animal
absolutamente nueva. Esto último hay
que descartarlo por ser
completamente absurdo ....... a no ser que se piense
que tenemos
comercio con alguna raza extraterrestre. En fin, seamos
serios y
prosigamos. Así, pues, queda por resolver el siguiente dilema:
¿ave o
reptil?
El doctor Poulet, un bioquímico de fama mundial, nunca se había visto ante auditorio más entregado que aquél, así que se recreó en su actuación.
- Una alternativa fascinante, por cierto, y no es sencillo escoger.
Aunque algunos de ustedes a lo mejor no lo creen, los reptiles y las aves
son grupos emparentados. Yo, señoras y señores consejeros, en
nombre del equipo multidisciplinar que me honro en coordinar,
manifiesto mi estupefacción ante el polloides. El resultado de los
análisis practicados a la carne de polloides arrojan un resultado
imposible de aceptar.
Con un gesto bien explícito el presidente acalló los murmullos de la sala y dijo:
- Agradezco al doctor Poulet sus explicaciones. A cada uno de ustedes
se enviará el informe completo redactado por el equipo coordinado
por el doctor. Ahora, abro el turno de palabra para que se soliciten
del doctor Poulet las aclaraciones que ustedes puedan considerar
pertinentes.
No hubo necesidad de prolongar la sesión, ya que con la respuesta a la primera pregunta se despejó la incógnita principal.
- Doctor, ¿qué clase de animal es ése que usted no puede ni siquiera
considerar calificándolo como imposible?
Cualquiera hubiera podido formular la pregunta, pues esta incertidumbre estaba matando al mundo entero. El honor correspondió al ilustre Sir Henry Ricroft, lord británico que desde que había probado la carne de polloides sin haber podido repetir por falta de existencias, sufría un síndrome de abstinencia más severo que el que padeció años atrás cuando se dejó, simultáneamente, de fumar, de beber y de aspirar pegamento. Cuando el bioquímico se dispuso a contestar, se produjo un silencio como pocas veces se ha experimentado.
El parlamento del doctor Poulet fue breve, pero causó un impacto inenarrable.
- Señor, a despecho de las evidencias científicas he hablado de
imposibilidad porque, si nos atuviéramos exclusivamente a los
exámenes practicados sobre la carne de polloides, deberíamos afirmar
sin duda alguna que el polloides es un dinosaurio.
5. Conclusión
Ahora se puede entender el exabrupto citado al principio de esta historia. Al llegar a la isla misteriosa, que encontraron en el lugar exacto indicado por el chino Xao Lin, el capitán McCutcheon y sus hombres se apostaron en un lugar donde el chino les aconsejó. Era de noche y llovía a cántaros.
- ¡Cagonlaleche ...!
Es lo menos que el buen capitán pudo exclamar, pues de repente casi se dió de bruces contra un bicho que al capitán le pareció un pollo gigante, que le miraba con ojos astutos.