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Si no eres una persona poco convencional y libre de prejuicios, no sigas leyendo porque te parecerá que pierdes el tiempo. Avisado quedas xD

viernes, 4 de mayo de 2012

 LA INCREÍBLE HISTORIA DEL ÉXODO

 

I

      La gran barcaza remontaba rapidamente el caudaloso  río, impulsada por el esfuerzo de 40 fornidos remeros a quienes ayudaba una constante brisa procedente del norte. A proa, sujetándose al mascarón, encontramos a un hombre de impresionante complexión atlética: cerca de 100 kg de pura fibra estratégicamente repartidos a lo largo de más de 2 metros de estatura. A su lado ... bueno, al lado de este prodigio de la naturaleza se puede ver, forzando la vista, a un hombrecillo encanijado que no pasa de 1, 60 metros. Ahora, eso sí, hay que decir que el insignificante hombrecillo llevaba el peazo nombre de Tutmosis, y la verdad es que no se sentía intimidado por el hombretón que estaba a su lado, por más Faraón que fuera aquel gigante.

 - Mira, Tutmosis, no me jodas ¿eh? No me pegues sermones que no estoy de humor -estaba diciendo muy serio el Faraón-

     Y ahí pudo quedar la cosa porque el canijo acompañante del Faraón no abrió la boca, seguramente por precaución. Pero, al cabo de un rato, aquél gigante que gobernaba cual dios sobre todo Egipto, que en aquella época era como decir que mandaba sobre el mundo entero, dulcificó la expresión de su rostro -hasta entonces algo crispado- y dijo casi con cariño:

 - No me lo tomes a mal, Tutmosis, que yo te tengo aprecio ... no como a tus jefes ... pandilla de parásitos  ... ¡Sí, hombre, no me mires con esa cara! ¡¡parásitos les llamo!!  -el Faraón soltó un suspiro de resignación cuando miró el rostro del tal Tutmosis y lo encontró de un rojo que alarmaba verlo- Tranquilízate, hombre, que no es para tanto. A ver ... tú eres un buen tipo, tienes fe y eres honrado hasta donde me consta, pero tus superiores son de otra clase. No me fio de la clase sacerdotal, ya lo sabes, y tengo motivos para ello, como ya te he dicho y como a ellos también les he dicho. Pero una cosa es que no me fie de los sacerdotes y otra que yo sea un ateo. Bien sé que la fama de ateo me la habéis colocado vosotros ... ¡ni te molestes en negarlo, Tutmosis! ... pero no hay tal cosa. Lo que sí es verdad es que no trago a nuestro panteón divino, pero de ahí a llamarme ... 

    Si Tutmosis no terminó en la tripa de un cocodrilo ese mismo día fue porque, en verdad, el Faraón le tenía cariño. Cualquier persona que se hubiera permitido interrumpir un discurso del Faraón hubiera recibido de inmediato el castigo reservado a los herejes.


  - Nuestros dioses son poderosos y TODOS deben respetarles -había dicho el atrevido hombrecillo-

     El Faraón le miró divertido.

  - Sí, hombre, TODOS incluso el divino Faraón ¿no es eso? pues , mira, ya que estamos te voy a dejar claras unas cuantas cosas.

   Aquel hombre espectacular miró con nostalgia hacia el horizonte meridional, en donde se veían hermosas nubes coloreadas de rojo, y comenzó a hablar pausadamente en estos términos:

 - Para creer en dioses, éstos deben ser razonables. Si alguien me dijera que ese sol - y el Faraón señaló hacia arriba- es un dios, pues hasta me lo creía, fíjate. Al sol le debemos mucho: nos calienta, nos alumbra y hace crecer las cosechas. Ya te digo, Tutmosis, yo no tendría inconveniente en aceptar a un dios así. Pero ... ¿te das cuenta de la clase de fauna que tenemos en nuestro panteón divino?

    La cara del pobre Tutmosis empezó a ensombrecerse porque ya veía lo que se avecinaba. El Faraón, ya lanzado, fue animándose a medida que hablaba sobre uno de sus temas favoritos.


 - Veamos ... tenemos a Osiris. Sí ... Osiris, que anda por ahí troceado y repartido por el mundo. Fantástico. Y luego ... Isis, que no se sabe bien si es su mujer, su hermana o la puta de la esquina ... 

   El Faraón, que no tuvo piedad del pobre sacerdote, continuó con ensañamiento.

 - Sí, Tutmosis, una joya de diosa, ya ves. ¡Ah! y resulta que anda por ahí buscando los restos desperdigados de Osiris para reunirlos.  Je, je -y el Faraón dibujó una sonrisa irónica- si por alguna de aquellas encontrara en primer lugar el pene, ya verías tú como no seguía buscando el resto de los fragmentos.

     Tutmosis estaba a punto de cascarla, pero el Faraón prosiguió imperturbable.


 - Y en tercer lugar tenemos a ... - el rostro del Faraón se contrajo en una mueca siniestra, al tiempo que hacía crujir los huesos de los nudillos- ... tenemos a ¡¡Horus!! ¡maldito pajarraco de mal agüero! ¡bicho inmundo! ...

     El pequeño sacerdote miraba aterrado, sin saber qué hacer ante tamaña sarta de blasfemias. Poco a poco fue calmándose el Faraón, pero no por ello se dulcificaron sus expresiones.


 - Te digo, Tutmosis, que no es normal lo que tenemos aquí. Por si no fuera bastante con la trinidad mayor, también andan por ahí otros dioses ... ¡Mira! -Y el Faraón señaló con su mano la margen derecha del río, en donde se podían ver unos cuantos pacíficos bueyes pastando tranquilamente- ¡Mira, Tutmosis, uno de esos igual es Apis! ... En fin, querido amigo ... ¡por cierto, se me olvidaba Anubis, el perro! ... menudo bicho, ¡Y hay que ver dónde vive el tío!

     Aquí ya no se pudo contener más el bueno de Tutmosis, que replicó con voz sofocada por la indignación que sentía ante lo que estaba escuchando:


 - ¡Gracias al dios Anubis encontraremos nuestro camino cuando vayamos al Reino de los Muertos!

    El Faraón le miró con aire risueño y replicó:

 - Pues ten cuidado cuando te toque bajar a ese reino, porque con lo solo que debe sentirse allí ese perro, igual cuando te vea se te agarra a la pierna. 

     Por suerte para Tutmosis, que de otra manera igual hubiera replicado alguna cosa que ni siquiera la buena predisposición del Faraón hubiera podido disimular, se aproximó el capitán de la guardia personal de éste y cuadrándose dijo: 

 - Señor, estamos llegando.

 - Por el bien de algunos, espero que esté justificado haberme interrumpido las vacaciones -sentenció el Faraón-

    La barcaza real había doblado un recodo, y enfilaba hacia un amplio embarcadero repleto de gente.


II

      En el salón del trono, aparte de la guardia personal del Faraón, se encontraba el jefe de los funcionarios de la corte, que era algo así como un primer ministro. Y, por supuesto, estaba el todopoderoso Faraón. 

     El jefe de funcionarios vaciló antes de hablar, porque intuía que al Faraón no le iba a gustar lo que tenía que comunicarle.

  - Señor -empezó a decir- tenemos un asunto que requiere de tu intervención. Se trata de la comunidad judía ... 

     Se interrumpió al ver al Faraón fruncir el gesto.

 - Sigue -ordenó éste-

    El jefe de funcionarios se aclaró la garganta y prosiguió en estos términos:

 - Bien ... resulta que el jefe de ellos ha pedido hablar contigo ... quiere solicitarte, entre otras cosas, el reconocimiento oficial de su gente. Alega que el pueblo judío ...

     Con una calma que no hacía presagiar nada bueno, el Faraón interrumpió el discurso del funcionario y dijo arrastrando las palabras:

 - Aquí no hay más pueblo que el pueblo egipcio. Los extranjeros son acogidos por mi benevolencia.

 - ¡Claro que sí, señor! -se apresuró a decir el funcionario- pero, con todo, sería quizá conveniente ... por política, más que nada ... que tú le recibieras. El ligero malestar de tu pueblo por la ruína de las cosechas y el envenenamiento de los acuíferos está, como sabes, siendo capitalizado por esos judíos, que dicen que tales cosas se deben a la intervención de su dios.

    Al oir esto, el Faraón abrió unos ojos como platos y dijo:

 - ¿Qué me estás contando? ¡No sabía nada de eso! Los científicos me han dicho que estos problemas a los que aludes son cosa de la sequía que padecemos. La plaga de langostas que se ha merendado las cosechas desaparecerá apenas cambie el tiempo; y en cuanto a la coloración rojiza de las aguas, lo mismo.

 - Es muy cierto, señor -se apresuró a reconocer el funcionario- pero esos judíos ignorantes persisten en decir lo que te he comentado. Para zanjar el asunto, quizá lo mejor sea que tú, en persona, les pares los pies ... con diplomacia pero con energía ...

 - ¡Sea! -zanjó el Faraón- les recibiré

 - Su jefe o portavoz, o lo que sea, está aquí ... 

 - Pues terminemos ahora mismo ¡Que pase!  

 - Su nombre es Moisés ... 

 - ¿Moisés? ¿Acaso tiene nombre egipcio ese parásito judío? -bramó el Faraón-

 - Bueno, es una historia que ...  el pobre funcionario no sabía cómo continuar. Para suerte suya, el Faraón no quiso seguir escuchando.

- ¡Que pase de una vez! -ordenó en un tono que no admitía réplica. 

     Flanqueado por dos soldados de la guardia, un hombre de unos 40 años de edad, flaco y barbudo, se dirigió con paso firme hacia el trono, donde el Faraón le esperaba de pie con rostro serio. Al llegar ante él y levantar la mirada, el judío perdió gran parte del aplomo que hasta ese momento ostentaba. Comparecer ante el Faraón de Egipto no era cualquier cosa, y menos si ese Faraón te miraba con cara de pocos amigos desde sus más de 2 metros de estatura.

 - ¡Habla! -ordenó el Faraón-

     Se notaba que aquel judío llevaba aprendido su discurso, pues empezó a hablar de manera un tanto atropellada.

 - Faraón -empezó- mi pueblo merece un reconocimiento mayor que el que se le dispensa aquí. Nuestro dios nos ha escogido entre todos los pueblos de la tierra y nos ha prometido un nuevo hogar lejos de aquí. Algunos entre los míos quieren marcharse de Egipto en busca de esa tierra prometida, pero ... quizá podamos arreglar esto.

     El Faraón miraba con rostro lobuno al judío, pero no dijo nada. Esperó que aquél hombre continuara.

 - Mi pueblo, Faraón -continuó el judío llamado Moisés- no está a disgusto aquí. Es más, Egipto nos necesita. Somos honrados trabajadores y estamos bien integrados... En fin, yo podría convencer a quienes entre nosotros quieren abandonar Egipto a cambio de ciertas contrapartidas razonables. De no atenderse nuestras peticiones, esos males que aquejan a tu pueblo, que ya conoces,  persistirán por largo tiempo. Esa es la voluntad de nuestro dios.

     Despacio, muy despacio, aquél gigante se aproximó a Moisés y con una leve sonrisa en los labios le dijo en un tono suave que no hacía sino presagiar lo peor.

 - La voluntad de tu dios es esa, ¿no? ... y ... por saberlo yo, más que nada, ¿cuales son esas contrapartidas que tu pueblo aceptaría para no marcharse de Egipto? ¿Puede el Faraón de Egipto conocerlas, o es un secreto de tu dios? 

     Con un hilo de voz, y acogotado, Moisés respòndió:

 - Nos conformaríamos con un Estatuto de Autonomía para nuestro pueblo y ... con un subsidio vitalicio ...

     No pudo terminar. De un salto, el Faraón agarró al desgraciado judío por el cuello y lo alzó del suelo sin esfuerzo aparente. 

 - ¡¡Un subsidio!! ... ¡¡dice el tío que quiere un subsidio!! ... ¡¡lo mato!!

     Ni el esfuerzo combinado de toda la guardia real conseguía que el Faraón soltara su presa. El judío ya estaba casi muerto por asfixia cuando el Faraón le arrojó contra el suelo con el gesto de mayor desprecio que pudo componer. Entonces, dijo con helada entonación:

 - Escúchame bien, parásito. Tú y tus piojosos congéneres tenéis la suerte de encontraros entre un pueblo civilizado, como lo es el pueblo egipcio. En otro lugar habríais sido eliminados como la escoria que sois. No voy a extenderme más. Decías que os queríais marchar... ¿acaso pensabas que me iba a oponer a vuestra marcha?  Nada me hará más feliz, ni a mí ni a mi pueblo, sino vuestra marcha. Disponéis de una semana para reunir vuestras miserables pertenencias y salir de Egipto a escape. Marchaos dónde queráis, o donde os acojan, pero que sea lejos de aquí. ¡¡Fuera de mi vista!!

  Atropelladamente salió aquél desgraciado del palacio del Faraón. Más tarde, y algo más calmado, el Faraón llamó a su capitán de la guardia y le dijo.

 - Dispón lo necesario para que esa morralla se marche cuanto antes de aquí. Y cuando lo hagan, encomienda a un grupo de soldados la misión de acompañarles hasta nuestra frontera, no vaya a ser que vuelvan.

     Y esta es la verdadera historia de aquél viaje llamado pomposamente El Éxodo, asunto sobre el que se han escrito muchas cosas inexactas.  


3 comentarios:

  1. Jejeje bastante hilarante la historia, me ha gustado mucho y me agradó que el faraón apelara más al sentido común que al religioso.

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  2. Siempre me ha parecido que la historieta del Éxodo estaba contada en la Biblia de una manera bastante sesgada. No me cabe en la cabeza por qué aquellos cultos egipcios podían tener interés en retener a la pandilla de judíos ...

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  3. Lo del Estatuto de Autonomía me ha matado xDDD

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